Lunes, 18 de Febrero de 2019

Seis nominadas a mejor película en los Oscar están basadas en hechos reales

En los Oscar, seis candidatas a mejor película se inspiran en hechos verídicos. Los casos entre un total de ocho, y la obsesión por la base empírica.

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La etiqueta verídica nunca está de más aun así la interpretación de lo sucedido sea libre y en el medio haya adaptaciones de un libro previo, efectismos narrativos y agentes de marketing operando como filtro. La persistencia de esa tendencia al empirismo conservador y espectacular se comprueba en las actuales películas nominadas al Oscar: de las ocho aspirantes seis se basan en sucesos históricos más o menos colectivos o privados. La primacía estadística es clara.

Las más obvias en ese convencionalismo son la recientemente estrenada Green Book: una amistad sin fronteras, Bohemian Rhapsody: la historia de Freddie Mercury y El vicepresidente: más allá del poder.

Green Book, de Peter Farrelly, se apoya en la anécdota curiosa: la de un patovica italoamericano (Viggo Mortensen) que hace de chofer de un pianista negro de jazz (Mahershala Ali) por el racista sur de los Estados Unidos en 1962. El sitio History vs. Hollywood, encargado de contrastar película y datos duros (una especie de “chequeado” del celuloide), le concede al filme el aval de fidelidad: casi todo lo que el filme recrea es cierto, de los 26 panchos que Tony Lip engulle de un saque al elegante departamento sobre la sala de conciertos Carnegie Hall en que vive Dr. Shirley, de la guía de ruta con servicios exclusivos para conductores de color del título a las cartas de amor a la esposa de Lip que este coescribe con su protegido. La única salvedad es que la travesía original duró un año y medio y no dos meses. Hecho llamativo: Lip se convirtió en actor de tramas mafiosas y llegó a trabajar en Toro salvaje, Buenos muchachos y Los Soprano, donde fue Carmine Lupertazzi.

La biopic de Queen conlleva una paradoja: el celo con el que el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor escrutaron el desarrollo del proyecto hizo de Bohemian Rhapsody una película no tan nítida como sesgada, un tanto incómoda en la manera en que retrata al excolega de agrupación sobre todo en el aspecto sexual.

Si bien Freddie Mercury nunca fue explícito sobre su vida personal, la versión fílmica es timorata al enfatizar el vínculo del cantante gay (interpretado por un oscarizado y favorito Rami Malek) con su novia platónica Mary Austin (Lucy Boynton) a la vez que el guion de Anthony McCarten dibuja con trazo grueso wikipediano la trayectoria de la banda inglesa: del debut en Top of the Pops a la celebridad, de la disolución a la reunión para el Live Aid, Bohemian Rhapsody se atiene al manual. Pero Queen es Queen y la cinta reinó en taquilla y en la temporada de galardones.

El vicepresidente es lo más parecido a un documental por el tópico al que se aboca, si bien la recreación de Adam McKay de la carrera tan meteórica como insospechada hacia el seno de la Casa Blanca por parte de Dick Cheney (que comienza como reparador de postes eléctricos) mezcla tiempos y contextos de manera exagerada. Un ultramaquillado Christian Bale es Cheney, el acompañante de fórmula de George Bush hijo (Sam Rockwell) que impulsado por su mujer (Amy Adams, los tres nominados) decide con afán mefistofélico el destino de la cruenta política exterior estadounidense en el fatídicamente oportuno escenario del ataque a las Torres Gemelas. La tragicomedia de McKay (graciosa y espantosa) evade responsabilidad al asumir la ligereza factual e introducir guiños metanarrativos cómplices, y así el peso mayor del enfocado se relativiza. Esa ambivalencia en principio atractiva fragua la radiografía del poder que el cine ha sabido exhibir mejor.

Otra verdad

Voluntariamente desplazadas y paradigmáticas en sus firmas, El infiltrado del KKKlan, La favorita y Roma integran un grupo aparte. La primera, dirigida por Spike Lee, obedece a ese nivel superior que ha hecho glorioso al séptimo arte estadounidense y que se mantiene gracias a unos pocos nombres resistentes a la estandarización. Si bien la leyenda es poderosa (un policía negro se infiltra en el Ku Klux Klan con la ayuda de un colega judío, a fines de los ‘70) el realizador de Haz lo correcto omite enfatizar el carácter de adaptación pedestre y opta además por un tono desacralizado de comedia retro en que se lucen John David Washington y Adam Driver. La realidad se cuela en cambio en el registro espeluznante de unas refriegas raciales de 2017 que sorprende en los créditos finales, evidencia de que nada ha cambiado. Infiltrada en los Oscar, El infiltrado del KKKlan sería la ganadora a mejor película en un mundo ideal.

Más oscuro, el tratamiento es asimismo cómico en La favorita, a primeras un fresco de la Inglaterra monárquica de comienzos de siglo XVIII. Pero lo cierto es que el griego Yorgos Lanthimos transfiguró deliberadamente la postal de época junto al guionista Tony McNamara luego del riguroso texto inicial de Deborah Davis.

El virulento director lleva la fábula de intriga palaciega entre Ana Estuardo (Olivia Colman) y sus asistentas lésbicas (Rachel Weisz y Emma Stone, todas candidatas) a las coordenadas revulsivas de su universo, que aquí encuentra una faz amable. Decorados hiperrealistas, planos retorcidos y un grotesco excéntrico al límite de lo burdo desconocen toda representación, allí donde se entrecruzan Barry Lyndon de Kubrick y María Antonieta de Sofia Coppola.

De Roma se ha dicho demasiado. La cinta de Netflix que empata con 10 nominaciones (candidata a llevarse el máximo de estatuillas) marca el regreso físico y simbólico de Alfonso Cuarón a México en una evocación de menor a mayor de su nana (Yalitza Aparicio), su familia, su ciudad, su país y su mundo, con el pronombre posesivo exaltado en un filme en blanco y negro de prodigio técnico que quiere ser obra maestra de autor y va a por todas.

Más allá del evidente reflejo retrospectivo que combina costumbrismo posmoderno y memoria, lo interesante de Roma es el trasfondo obsesivo que arrastró a Cuarón a construir un decorado con los objetos y muebles reales que había en su casa de niñez (y que rastreó por todo México), a contrastar los hechos con la empleada doméstica mixteca hoy veterana que lo había cuidado y a preparar ciertas escenas de manera secreta e improvisada tal como el director las recordaba, suerte de traición pornográfica a la sensual magdalena de Proust. Megalómana y persuasiva por donde se la mire (en sala o streaming), a Roma sólo le queda hacer verídica su huella en los Oscar.


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